De la piel para adentro: Fayó
Las veces que compartí momentos con Pablo Fayó, sin decidirlo nos ubicamos en los roles de entrevistadora/entrevistado. Cuando por fin hicimos la entrevista oficial, viró más en conversación. Qué se yo. No quisiera condicionarles la lectura, pero sí anticiparles que nos extendimos un montón. Salirse de los márgenes tiene sus pros y sus contras; descúbranlos.
En el documental Algo Fayó de Santiago García Isler, Pablo dice que no quiere hablar de su vida privada. Recuerdo pensar: “imposible, si trata sobre su vida”. Bueno: ¡lo logra! Cuando le propuse entrevistarlo, aclaré que mi idea era hacer preguntas de ahondar y no de esquivar. Aceptó y dijo que lo tomaba como un desafío. Días después del reportaje, lamenté no haberle preguntado sobre su melomanía o sobre el amor romántico o sobre el mundo de las historietas. Sin embargo, entendí que no es posible abarcar todo, siempre será un recorte. Incluso hay cosas íntimas que me contó en la entrevista que no me pareció necesario publicarlas. Creo que la gracia y la belleza, tanto de la película como de esta entrevista, está en eso: brota su naturaleza, su esencia.
Lo visito la nochecita del domingo post sismo G20. Compramos unas latas de cerveza en el supermercado chino de su barrio. Quizás no sea una buena decisión embriagarse con un entrevistado tan astuto. Quizás eso me permita no ser tan pretenciosa y controladora, dejar que él sea lo que es, lo que está siendo.
Ya en su casa, abrimos las birras, Fayó pone música y yo -consensuado, en medio de lo que estamos charlando- pongo REC:
Si hace mucho ruido, la bajo.
No, no jode la música, eh. Se escucha.
Lo que te decía era que ayer miré esa grieta en la pared y dije: “está peor que antes”. Y después me acordé: “ah, pero hubo un sismo”. ¿Viste que dijeron que hubo un sismo? Yo me acuerdo de que la grieta estaba, pero todas esas paralelas no. Por ahí, hasta le saqué una foto alguna vez; después me voy a fijar. Pero pensé: “a ver si se termina partiendo la casa por la mitad”. Lo único que me falta. No importa, perdón.
Bueno, de algo hay que morir.
Sí, sí, qué se yo.
Por la grieta.
Me va a matar la grieta.
¿Cuánto te hincha que te sigan insistiendo con el historietista que fuiste?
No (piensa). No me hincha. Siempre es lindo que valoren y aprecien algo que hiciste. Más allá de la propia valoración, que corre por otro lado.
Pero digo porque te insisten con “volvé a”.
Ah, eso es otra cosa. Otra cosa es que me insistan con hacé esto o hacé lo otro. Lo que pasa es que yo -por una cuestión de personalidad- cuando alguien quiere que haga algo que no quiero hacer, digo todo que sí y después no hago nada. Yo sé que no es una costumbre linda, pero los que ya me conocen saben que soy así, entonces, tampoco se gastan mucho en querer hacer que haga nada que yo no quiero hacer. Ya está todo el mundo medio vacunado. Mi hija es así como yo, pero más; es imposible que la hagas hacer algo que no quiere. Conmigo, a las cansadas, conseguís que haga alguito. Con ella no.
¿Te jode?
¿Que ella sea así? No. A mí me gusta mucho cómo es ella.
¿Hay alguna cosa que sí hagas por obligación?
Sí, todo. Prácticamente todo (se ríe).
Ah, te contradecís en cinco segundos.
No, no. Es que, por ejemplo, el mango de algún lado tiene que salir, uno tiene que morfar. Entonces, lógicamente uno hace algo. Yo creo que es mejor no hacer nada que hacer algo, pero alguna cosa tenés que hacer. Son cosas que me gustan -dibujar como hacía antes o agarrar la guitarrita y cantar por los boliches como ahora-, pero no es que me guste más hacerlas que no hacer nada. Por ahí me gusta más no hacer nada. Igual son para hacer unos pesitos, yo me manejo con ese mínimo.
Entonces, es lo único que hacés por obligación.
Todo lo que hago lo hago por obligación.
¿Qué sería “todo”? ¿Levantarte a la mañana?
(Piensa). No, levantarme a la mañana no. Cuando me despierto, hay un lapso en que no me puedo levantar. Después, hay un clic y ahí ya no aguanto estar en la cama. Luego del clic, me tengo que levantar sí o sí.
Claro, es una necesidad, no una obligación.
Sí.
¿Y qué es todo lo demás? Dijiste: “todo”.
Es que no hago tantas cosas (risas). Salir a tocar un rato a la noche…
¿Eso es por obligación?
Sí. Igual supongo que, si no tuviera qué hacer, algo inventaría. Te aburrís si no hacés nada de nada. Yo me acuerdo de que a mi pobre hija cuando era chiquita y me decía “estoy aburrida”, yo siempre le respondía: “Mirá, aburrirse no existe; existe la gente que no se sabe divertir” (se ríe). Por ahí es mentira, pero quizás dijo: “claro, mirá a papá que siempre está entretenido con algo, dibuja, lee o toca la guitarra”. Por ahí sacó una enseñanza, quién sabe. Es verdad que caer en esa de “estoy aburrido” es muy fácil.
¿Nunca te aburrís?
Ahora sí.
¡¿Ahora te estas aburriendo?!
¡No! (se ríe).
Ah, pensé: “qué garrón esta entrevista”.
No, en este momento no. Últimamente. Por ejemplo, perdí mucho el hábito de la lectura. Me cuesta leer y me cuesta dibujar, porque me tengo que poner los anteojos y no es lo mismo. Es como un esfuerzo. Antes, agarraba un libro y leía, agarraba un papel y dibujaba. Ahora es más incomodo todo.
Pero vale la pena, ¿o no?
Sí, pero no quiero usar anteojos, porque me convencieron de que te arruina la vista. Me pongo los estenopeicos, pero no es lo mismo, entonces, todo es más distante, todo está más lejos. Así que seguramente sí, me aburro más que antes.
Una vez Fayó me contó que había sido tímido y que aún lo seguía siendo, pero que había aprendido a disimularlo. Ni en ese momento ni ahora, al mencionar el tema en la entrevista, le comento que es genial porque, entonces, somos dos perfectxs simuladores:
¿De verdad quedan restos de timidez y vas disimulando?
Sí. Bueno, me puedo refutar a mí mismo también, pero hay cosas de timidez. Por ejemplo, con las mujeres. Yo nunca le dije nada a una chica por la calle, pero por timidez. Ahora que estoy más preparado, se da todo el cambio de paradigma, que es muy interesante. Ya no lo voy a poder hacer porque no se puede, está todo mal, ese paradigma ya pasó.
¿No estás de acuerdo con que es acoso callejero?
Una cosa es decir una grosería o algo feo, pero por ahí algo agradable es distinto. ¿Cuál es límite entre el acoso callejero y el levante callejero? Es decir, encarar a una mina…
La manera en que te vas a acercar…
La manera, sí, y con una expectativa de cierto éxito.
El acoso callejero es un hombre que le dice lo que se le antoja a una desconocida que pasa.
Claro, eso está mal. Para mí, en un tipo que le dice groserías a una mina hay una demostración de impotencia. No tiene expectativa de que la mina se dé vuelta, le conteste y vaya a comenzar una hermosa relación. Eso no va a pasar. Si yo le digo a una mujer: “adiós corazón de arroz, el año que viene me caso con vos”, ¿eso también está mal? Puede que la mina piense que soy un pelotudo o puede ser que le haga gracia y se ría. Ahí juega la intuición. Pero no veo mal que alguien le diga algo a otro alguien si tiene expectativa de llegar a buen puerto. Sí veo mal al que dice una guarangada, porque es más que, como estás fuera de mi alcance, te voy a incomodar.
¿Así que si te querés levantar a una mujer por la calle, la timidez ya no te lo impide?
¿Y pero que hacemos con el paradigma?
No, hablo de acercarte a alguien que te interesa.
No, no, sigo siendo tímido en ese sentido. Alguna vez lo hice, pero muy excepcionalmente. No sé si hay diferencia entre dejar de ser tímido o ser un perfecto simulador, por ahí es la misma cosa (se ríe). Siempre es incómodo ir a hablarle a alguien. Hay gente que es chamuyera; yo no lo soy, eso no cambió. Ahora tengo la flexibilidad de poder responder, sí. El roce hace que sea más relajado.
Sí, sos charlatán.
Sí, pero de chico era muy retraído, ensimismado.
¿Tenías amores imposibles?
Sí, claro, los únicos que tenía eran imposibles (risas). De adolescente, ir a hablarle a una chica era algo que no solo estaba fuera de mis posibilidades, sino directamente de mis fantasías. Algunos son más caraduras, pero uno tiene miedo de las mujeres. Yo digo que es miedo porque no sé cómo definirlo mejor.
¿Miedo al rechazo?
Sí. No sé si es solo miedo al rechazo. Es un miedo más integral. Miedo a lo desconocido. Podría decir que la mujer no es algo extraño para mí, porque me crié entre mujeres, en la casa de mi abuela, con mi hermana, con mis tías. Y, sin embargo, lo es. Lo sigue siendo.
¿Cómo te sentís con el feminismo a flor de piel?
Yo entendí siempre -desde mi información o desde mi desinformación- que la mujer tenía que tener los mismos derechos que el hombre. Si es eso, soy feminista. No solo hablando de derechos civiles o legales, sino también, por ejemplo, en una relación. No me tomaría ninguna atribución que la mujer no tenga. Para mí la cosa es pareja o no es. Entonces, me entendía feminista, pero ahora parece que no.
¿Por qué no serías feminista?
Porque he escuchado todo tipo de versiones. He escuchado a feministas decir que un hombre no puede ser feminista. Entonces, ya estoy afuera.
Claro, igual debe haber un contexto para ese comentario ¿o no?
Supongo que sí, no me acuerdo. Lo escuché como una afirmación abstracta. Algunas feministas dicen eso. Entonces, si no hay un criterio unificado sobre qué es feminismo ni siquiera entre las feministas, es muy difícil decir si uno lo es. Lo único que uno puede es considerarse feminista o no.
¿Vos te das cuenta de los privilegios que tuvo siempre el hombre y te jode?
Sí. Por eso entiendo que soy feminista. Estoy de acuerdo con que hay una cultura machista que quizá tenga milenios y… (piensa). ¿A qué iba?
Esta es la primera vez que perdemos el hilo. Lo retomamos como podemos.
La otra vez publicaste en Facebook: “para conseguir algunas cosas, hay que hacer como que no te interesan”.
No me acuerdo, pero puede ser.
Y de alguna manera, en los comentarios, la gente lo derivó a las relaciones. ¿No te parece que sigue pasando que, si la mujer muestra interés y avanza, no está bien visto? No hay igualdad en eso.
Lo que pasa es que cuando se habla de la igualdad hay un malentendido histórico. La igualdad de derechos es una cosa y otra cosa es que seamos iguales.
No, no somos iguales. Pero hay algo que se esconde en eso ¿o no?
Sí, pero yo creo que hay roles y que los roles del hombre y de la mujer son distintos. No son fijos, van cambiando y, claro, son cuestionables.
A lo que iba específicamente es a que hay como un juego de “sí, entendimos la igualdad”, pero a la hora de relacionarse sigue pasando que la mujer no puede accionar igual que el hombre.
Lo que pasa es que hay cuestiones generacionales.
Cuestión de crianza.
Claro. Mirá, lo mismo pasa con el lenguaje inclusivo. Yo no sé si va a prender, no depende de mí ni de vos ni de nadie en particular…
Depende de todes (me río).
Exactamente. Es un proceso cultural. Para una persona de 20 años es más accesible mudarse de lenguaje, pero no se lo pidas a un tipo de más de 50, porque ya lleva cinco décadas hablando así.
¿Por qué no?
¡Porque ya fue! ¡Si igual se van a morir dentro de quince minutos!
¡No se van a morir en 15 minutos! Y si te morís en 15, ¿no está bueno evolucionar antes de morir?
¡No es evolucionar eso!
Bueno, no importa el lenguaje inclusivo en sí. Me refiero a eso que solés decir de “perro viejo…” ¿Cómo era?
“Perro viejo no aprende gracias nuevas”.
Bueno, ¿lo sostenés mucho eso?
¡Es que no lo inventé yo!
No importa, pero vos lo repetís.
Sí, sí. Cuando un amigo se quejaba del lenguaje inclusivo, yo le dije: “Ya está. Si va a suceder, va a suceder y eso no quiere decir que todos los viejos tengan que empezar a hablar así. Es una cosa de los jóvenes. Si tiene futuro, depende de los jóvenes. Los viejos ya cayeron así. Como cayeron, quedaron hechos”.
No, ¿por qué? No entiendo por qué están hechos. Para mí la gracia de crecer está justamente en crecer. Si me quedo igual, no tiene sentido.
Es que crecés hasta cierto punto. Después envejecés.
¿Por qué envejecés?
Porque la vida es así, ¿qué querés que le haga? No la inventé yo.
¡Sí, la inventamos! (Se ríe). ¿No la podemos inventar para el lado que está buena?
Sí, puedo resistirme, puedo patalear, puedo hacer una escenita, pero…
¿No te interesa cuestionarte cosas más allá de la edad que tengas?
Sí.
Bueno.
Pero no me pidas que hable con lenguaje inclusivo.
Nadie te pide, nadie te obliga.
Hablen ustedes. No voy a hacer ningún kilombo, no voy a agarrar el diccionario de la Real Academia y pegarme en el pecho. A mi déjenme, yo ya estoy. ¡Ya está! ¿Qué vamos a inventar?
El otro día alguien me dijo: “ya está, para qué voy a ver las noticias si yo pienso una cosa y otro piensa otra, ya está”.
Eso es otra cosa (risas).
Ahhhh, ¿viste?
Igual en ciertos estamentos funciona así.
Lamentablemente.
Hay cosas que son de una sola vía, van para un solo lado. Por ejemplo, la política argentina está atravesada desde 1945 con el peronismo y el antiperonismo. Y yo no sé si un tipo puede volverse antiperonista a los setenta años. De lo que estoy seguro es de que un tipo de setenta años no puede dejar de ser antiperonista.
¿Cuándo te diste cuenta de que eras peronista?
Yo, como muchos de mi generación, con los gobiernos de los Kirchner. Antes no solo no lo era, sino que no tenía nada que ver con una formación ni una cultura ni un origen familiar peronista. Tampoco es que en mi casa estaban puteando a Perón. Más bien era como pasó en tantos hogares argentinos, que la política era una cosa sepultada, que no se comentaba con los niños. Mientras yo crecí, la política era una cosa muy densa, sangre y muertos. Pero a lo que iba…otra vez me volví a perder.
No hay que beber alcohol en las entrevistas.
Pero por ahí mejora. Voy a buscar otra cerveza.
Dale.
Todo muy coherente. Retomamos otra vez:
Como soy muy malo con las fechas me cuesta acordarme de cuándo habrá sido. De adolescente, sin tener una formación política consistente, sin haber leído Marx, me gustaba decir que era socialista, que tenía un ideario de izquierda. Pensaba que el peronismo no tenía nada que ver conmigo. Pero la primera vez que escuché las consignas fundamentales del peronismo -lo que lo define: soberanía política, independencia económica y justicia social- hubo una intuición. Pensé: “por ahí estoy más cerca de esto de lo que me parecía”. El tiempo me fue reafirmando en esa idea. Hay un audio de Alejandro Dolina que está bueno para todo el que pasó por ese tránsito. No es que un día te levantás y sos. Al principio no te animás a decir la palabra peronista, decís: “nosotros estamos en el campo nacional y popular” y sarasa. Y un día: “bueno, sí, soy peronista, más fácil, dejémonos de joder”.
¿Y podés vincularte bien con los que no lo son?
Cada vez peor (se ríe). Es que entiendo que la realidad política está atravesada por esa división, que en realidad es anterior a Perón. Viene ya de Unitarios y Federales. Perón era un tipo con un talento excepcional, un pillo, un zorro, un animal político completo. Y lo que hizo fue ver la división en el país, que de un lado estaban los dueños -de la tierra, de los medios de producción, de todo- con sus allegados, sus cadetes, sus amiguitos, que morfaban de las migas de ese plato. Y lo que hizo fue bautizar, darle una identidad, a todo lo que se oponía a eso. Lo que está del otro lado se llama peronismo. Pero el peronismo es anterior a Perón. La mayoría de gente ignorada y excluida ya existía.
¿Dividirías entre malos y buenos?
No.
¿Podés, al relacionarte con alguien que piensa diferente, tomar algo de lo que te está diciendo?
Sí, uno trata de ser amplio.
Pero cuesta.
Sí, no solo a mí, a todo el mundo le cuesta. Lo que tengo claro, respecto a los que se mantienen al margen cuando la cosa está muy partida por la mitad, es que por esa opción de dos que opten cuando haya que elegir, me voy a dar cuenta de qué lado están, ¿entendés? Y el peronismo es un fenómeno complejo, no está compuesto por gente que piensa igual en todo. Precisamente, porque es un movimiento de oposición, que nació oponiéndose a algo, al poder real de los dueños del país, a ser un país gobernado por sus dueños para sus dueños. Cuando se produce esa división es como que…
..hay que ponerse de un lado.
Sí.
¿Lo que estás diciendo no te explica a vos mismo lo que es el feminismo?
Sí, es una buena analogía.
Me parece que con la misma lógica que entendés el peronismo podés comprender el porqué de que surjan contradicciones y oposiciones en el feminismo. Yo entiendo el rol que tenés: sos un hombre y tuviste privilegios como todo hombre. ¿Cuál es el problema con que se los cuestione?
Claro, yo no me siento incuestionable. Pero soy un hombre feminista hasta donde yo entiendo, ¿por qué me peleás a mí? Vamos a ponernos de acuerdo contra quiénes estamos peleando.
No, báncatela.
Yo me la banco, ¿sabés por qué? Porque entiendo que estas cosas son así, hay una cuestión pendular. Si lo sostenés para un lado un montón de tiempo, lo soltás y se va a ir para la otra punta. Después se equilibrará. Pero cuando me dicen que no opine porque soy hombre…
Bueno, es el comentario de una persona. Podés ir un poco más allá, al contexto, a la historia.
Si, no personalizo, no meto a todo el feminismo en la misma bolsa.
La cultura machista hizo por ejemplo esto que te decía de que el tipo te tenga que levantar y vos como mujer tengas que esperar. Si la mujer encara, mmm. Entonces, hay doble discurso.
Es que son procesos culturales, no hay un decreto.
Pero no pueden ser siempre excusa los procesos.
No, no estoy excusando. Por ejemplo: yo entiendo por dónde va una consigna como la de “No es no”. Entiendo, pero ¿sabés qué pasa? Nosotros crecimos en un mundo en donde una mina te decía “No” y era “Puede ser, vemos”. Y, si ante el “No” yo me daba vuelta y me iba, era un pelotudo. Para la misma mina era un pelotudo. Era así, ¡era exactamente así! Por ahí resulta que, si una mina decía sí de entrada, era una atorranta. Entonces, está buenísimo que ahora pueda decir que sí de una. Pero es un proceso cultural, es una cosa que va cambiando de a poco.
Entiendo, son las cosas que nos estamos cuestionando, ¿te estas preguntando esas cosas?
Yo en ese sentido no tengo la consciencia muy intranquila porque siempre sentí y acordé con la igualdad. Y en realidad me voy más a la mierda que eso si querés (se ríe).
¿Por qué?
Porque yo entiendo… Pero acá nos vamos a lo biológico, si se quiere. Y eso ya también es un quilombo, porque la gente se pone muy sensible. Entramos con esas cosas de nazi darwinismo, entramos en territorios pantanosos.
Dale, jugatelá.
Yo creo que hombres y mujeres somos básicamente la misma cosa. No sé si todas las feministas estarán de acuerdo conmigo, pero lo siento así. En esto he tenido discusiones hermosas, hombres que resultaron muy heridos (se ríe). A lo que voy es a lo siguiente. “A lo que voy es a lo siguiente” es una frase que uso mucho cuando no tengo la menor idea de qué estoy por decir (risas). Pero me da unos segundos de…
..retomar.
Sí, yo creo que hombres y mujeres somos más o menos lo mismo, somos como un cigoto que se decide en el ultimo minuto qué va a ser. Pienso que el hombre -si lo tenemos que definir en términos biológicos- es una mujer modificada, una mujer especializada, con ciertas características físicas, pero el bicho básico es femenino. Yo te podría decir que un hombre es una mujer que no gesta y que tiene la capacidad de fecundar, es una adaptación biológica. Es exactamente al revés que el mito adámico: dios vino, le sacó la costilla a Eva y lo hizo a Adán, ¿entendés? El hombre es secundario, la mujer es primaria.
Está bien, entiendo que estás diciendo esto para levantarte chicas, ¿no?
¿Ves que no me toman en serio? Yo no tengo manera de seguir así (risas). Pero ¿entendés a lo que voy? ¿Puedo profundizar o ya está?
Profundizá.
Pero ¿se entendió? Porque no vi que…
¿Que yo entendiera?
No, no vi que pusieras ningún “pero”. No te sentiste mal. A muchos tipos, que les dijera que eran una mujer modificada, fue como casi lo peor que les pude decir.
Yo pienso que en este momento estamos más para hacernos preguntas que para obtener respuestas. Vamos acercándonos.
Podemos tener respuestas parciales.
Claro. A veces da miedo afirmar cosas quizá equivocadas.
Bueno permitámonos equivocarnos un poco también, sino no vamos a ir a ningún lado. Los sexos separados existen desde mucho antes del humano. La necesidad de combinar dos códigos genéticos diferentes permite no generar clones. La gracia de que haya surgido la reproducción sexual es que hace que la descendencia sea variada. Es una herramienta evolutivamente útil, por eso prendió y llegó a nuestros días. Es un éxito.
Por eso es una boludez que después de los 40 no quieras evolucionar.
Pero la evolución de una especie no tiene que ver con evolucionar uno personalmente. Lo que quedó, quedó.
Bueno, pero podemos llevarlo a esos planos también. En el vínculo con quien piensa distinto o es de otra generación, te enriqueces más que con tu propia mente y los que son como vos.
Por supuesto. Uno aprende de todos y mucho más de los que piensan diferente. Si me junto con gente que piensa como yo, sí, me aburro. La clave es el respeto, si podés mantener la conversación en esos limites y si estás dispuesto a aprender. Trato de ser consciente de que soy un aprendiz permanente.
¿Y lo del perro y las mañas?
Eso tiene que ver con lo generacional, con la edad. A cierta edad ya no le pidas a un tipo que cambie.
¿No es contradictorio lo que me estás diciendo?
No. Sí, puede ser (se ríe).
Está bien.
Pero, pará, puedo ser contradictorio también.
Obvio.
¿Te da nostalgia la infancia o la adolescencia?
(Piensa) Es un buen recuerdo. Mi infancia fue conflictiva, hay mucha parte bloqueada por cuestiones puntuales, pero la parte que yo recuerdo es más bien paradisiaca. La pasé en la casa de mi abuela, un lugar muy especial, muy espectacular, el mejor lugar del mundo. Una casa vieja como de campo, en Vicente López, un terreno de 70 metros cuadrados, con barranca y plantas. Cuesta imaginarse un lugar mejor. En la primaria, ser ensimismado y tener mi propio mundo no era un conflicto. En la adolescencia eso ya empieza a ponerse más difícil. Con el despertar sexual, la timidez se convierte en un problema. La adolescencia es una edad medio terrible, muy conflictiva.
¿Tuviste necesidad de hacer terapia alguna vez? ¿Hiciste?
No. Necesidad quizás haya tenido siempre, pero nunca hice.
¿Por qué?
No sé, no sé. ¿Porque sale dinero? No sé. Una vez lo intenté, pero me rebotaron.
¿Cómo que te rebotaron?
Me acababa de separar. Venía de una convivencia en pareja, tenía una hija chiquita, perros, un hogar. Cuando te separás es como si te retiraran el piso y quedaras en el aire. Un sacudón muy grande. Entonces, un amigo me habló de un gabinete psicológico muy bueno. Fui a la entrevista y conté: “me separé, ando mal”. Y medio que me cagaron a pedos: “Flaco, ¿vos sabés los problemas que tiene la gente que viene acá?”. Me rechazaron.
¿No te lo imaginaste? ¿Fue real eso?
No, no me lo imaginé. Me dijeron eso, como dándome a entender que lo mío era una boludez, que me fuera y que me dejara de joder. Y dije: “bueno, está bien, por ahí no estoy tan mal”, y me fui. Y acá estoy, sobreviví sin asistencia psicológica hasta el día de hoy. ¿Vos hiciste esas cosas? Ah, pero yo no te puedo preguntar…
Imagino que esa separación fue uno de los puntos de inflexión en tu vida, ¿hubo otros?
Ese fue muy groso. Cambió mi vida en muchos aspectos. Venía de ese esquema familiar, me separé y coincidió con que caí en el asunto de los boliches, del tango, de tocar y de la noche. Cosa que para mí no existía, hasta ese momento era el dibujante. Fue como un antes y un después. Caí un día en el boliche de Roberto -por razones x- y ya no salí nunca más. Ahora que lo pienso, ese fue el punto de inflexión más memorable, porque coincide el cierre de una cosa con la inauguración de otra.
¿Enseguida disfrutaste el ambiente de los boliches?
Caí en el boliche de Roberto en el año 2001…
¡Muy bien, una fecha!
Esa me acuerdo, me acuerdo en que año me separé. Lo de cantar surge no muy planeado. Primero iba a escuchar a los músicos, a los viejos y cuando me largué a cantar, me acompañó alguno de los que estaban ahí. Hubo un proceso de hacerme local, en un momento ya era como una especie de cofradía. Se ve que disfruté lo de cantar, quise seguir profundizándolo y seguí. Yo siempre tuve una visión sobre mí mismo como muy “yo no hago planes, las cosas me van sucediendo y yo me voy adaptando a las cosas que pasan”. Y alguien me dijo: “No, en realidad todos tomamos decisiones todo el tiempo, vos también. Lo que pasa es que te hacés el boludo". Y me resulto interesante, porque me dio una visión sobre mí mismo que yo no tenía. Las visiones que uno tiene sobre sí mismo son muy limitadas, por lo general la gente que te mira desde afuera…
..ve con más claridad.
Y, por lo menos tiene más ángulo que vos que estás metido adentro tuyo y no tenés mucho ángulo para mirarte. Elegís mirar lo que más te gusta, la visión de lo que te gusta ver o imaginar que sos está teñida.
¡Ah, cierto! Quiero saber la palabra que en Facebook dijiste que te definía, pero no dijiste cuál.
Indolente.
¿Qué significa?
No sé, googlealo.
Dale, decime.
Lo voy a googlear. No sé, yo me tiré por lo que creo que significa. Pero ya que estamos vamos a ver la definición posta.
Mientras busca, canta. Lee en voz baja y dice:
Es jodido indolente, era peor de lo que pensaba.
Te diste con un palo.
Me di con un palo, pero sin querer, no sabía que era tan jodido. Mirá (lee en voz alta): “Persona que posee un carácter poco sensible a las cosas que acostumbran interesar o conmover a los demás individuos” (risas y continúa leyendo). “Se caracteriza por su negligencia, falta de actividad y de aplicación en el cumplimiento de las obligaciones. Es un ser apático, perezoso, insensible a cualquier conmoción”. Es horrible.
¿Y por qué te decías indolente?
Algo hay.
¿Te chupa todo un huevo?
Algo hay. (Sigue leyendo) “Es visto en el área de psicología como una persona que no se conmueve ante el dolor de otros individuos, inclusive de aquellos que forman su propio seno familiar”. Es terrible, pero me parece que yo, intuitivamente, sabía que era todo esto. Quizás me siento un poco así.
¿Te transformaste en eso?
No sé si me transformé o ciertas circunstancias de la vida me transformaron. Siempre pienso que en los primeros años de mi vida está la explicación de muchas cosas. Muchas cosas de las que no tengo recuerdo consciente, muy posiblemente sí tenga un recuerdo inconsciente. Están sepultadas en mi memoria.
¿Y tu decisión es dejarlas sepultadas ahí?
No. Yo he intentado tener charlas con mi viejo, pero no es fácil acceder. Una vez que lo operaron, le dije: “che, creo que nosotros nos debemos una charla en cierta profundidad que no tuvimos. No te digo hoy ni mañana, pero no quiero que pasen años, no quiero que pasen cuarenta años más”. “Sí, sí, tenés razón”, me dijo. Pasaron años y nunca la tuvimos. Debe ser difícil para él también. De hecho, con mi viejo tenemos una relación muy de que yo lo quiero mucho y yo sé que él me quiere, pero nunca fuimos de decirnos eso, no existe.
¿Y qué encontrabas vos en “indolente”?
Yo pensaba más en eso de dejar pasar las cosas, de ser un poco inconsciente, de no ser muy responsable. Pero en realidad ahora veo que la palabra tiene un alcance mayor del que sabía y quizás inconscientemente se lo daba. Eso de que el indolente no empatiza con el dolor de los demás, puede ser que exista algo de eso. Yo creo que emocionalmente bajé una persiana metálica que me protegió, pero no es gratis. Tuvo un costo que todavía no puedo medir.
¿Sentís que te perdés de algo?
¿Cómo saberlo?
Si te definís indolente, es que algo pensás de eso.
Por ahí uno intuye más cosas de las que sabe. Vos querías hacer un montón de preguntas y, si me quedo hablando un año de cada cosa, no te voy a poder responder.
¿Te cansaste?
No, no me canso para nada.
Bueno, ¿Para dónde te mueve el deseo cada día?
(Se ríe).
¿Pregunta difícil?
Sí, es medio tramposa, medio abstracta.
Sííí.
Ya sabías. A mí me parece que el deseo es un don y una maldición, las dos cosas. Es un don porque es el motor de todo; sin deseo no podés hacer nada. Y al mismo tiempo es una maldición porque la no satisfacción es la frustración. Entonces, conviven.
Y en general ¿para dónde te lleva?
Y… el deseo es móvil. Creo que en mí siempre pasó por las cuestiones artísticas, que fueron las cosas que me entusiasmaron, me excitaron y me interesaron. Pero hablar en general del deseo es como…bueno, hablemos de cada deseo en particular, ¿no? Es como… bueno, no importa, vos me entendés.
Yo te entiendo.
Igual es divertida la entrevista. Pensé que me ibas a pelear más todo y al final no (risas).
Hay una parte de la película, que no vamos a contar para que la vean…
Igual no tienen dónde verla.
Bueno, que tengan deseo de conseguirla.
Que tengan el deseo.
Te decía, hay una parte en la que estás medio intolerante con alguien, te ponés fastidioso y es raro. Yo no te conozco mucho, pero nunca te había visto así. ¿Es fácil que llegues a ese estado?
Creo que soy bastante paciente. Pero sí, hay gente que te fatiga un poco. Hay personalidades que te resultan desgastantes o irritantes. Hay una frase que no sé si es mía o alguien la dijo antes y yo la adopté: “de la hinchadura de pelotas es muy difícil volver” (risas). Se puede volver de muchos lados, pero cuando alguien te hinchó las pelotas, todo lo que haga o diga te va a caer mal. Pasa eso. Y pormenorizando un poco, me pasa que hay gente que me resulta irritante personalmente, después descubro que en las redes sociales no me irrita. Eso me sorprende: “qué raro que este, que no me lo banco en persona, en Facebook me lo banco bastante bien”.
Facebook miente.
No sé si miente. Lo que está ahí es uno también, claramente. Pero hay gente que está más para determinado tipo de soporte que para otro.
¿Qué cosas te conmueven?
Otra vez con esto.
¡Otra vez con la sensibilidad me venís! (me río). No querés contestar.
Sí, puedo contestar, si supiera (se ríe). Creo que siempre tuve una sensibilidad para las cuestiones artísticas. (Piensa). Me quedé pensando en eso de qué me conmueve.
Bueno, sos peronista; te importa el otro.
Claro, pero una cosa es esa importancia nominal, entender la equidad como un valor abstracto. Y otra cosa es sentirte afectado por el dolor personal de los demás. Eso me cuesta más. Eso de llorar por algo. Solamente lloraba en el cine.
¿Qué cosas te hacían llorar en el cine?
Cualquier cosa. Todo. Ahora no sé, porque no voy al cine (risas). Lloraba en situaciones absurdas, sobre todo con el cine de Hollywood, que viste que está construido de una manera, los tipos tienen una ingeniería que dicen acá es la parte que la gente llora. La escena es así, la luz viene de acá, la música suena de tal manera y la gente llora. Bueno, en un momento lloraba con todas las películas.
¿Esto lo puedo poner?
Sí, poné lo que quieras. Había una película que se llamó Día de la Independencia. El presidente de los Estados Unidos había sido aviador de la fuerza aérea y en un momento iba a volar como piloto para atacar a la nave madre de los extraterrestres. Entonces, hacía un discurso patriótico antes de subir a avión, empezaba una música que iba subiendo y ahí me caían las lágrimas y decía: “no puede ser que esté llorando con esto” (risas). Pero te da a entender que hay una cosa mecánica en el llanto y en las emociones también. Es loco.
Capaz te estaba tocando algo que te conmovía de verdad.
Bueno, sí, la música iba subiendo. Era emocionante.
No sé si lo pensaste alguna vez: como padre ¿qué mensaje es interesante dejarle o transmitirle a tu hija?
(Piensa un rato). No recuerdo habérmelo planteado así, con esa precisión. Yo creo que uno trasmite lo que es. Yo le puedo decir cualquier cosa, hacé esto o hacé lo otro, pero ella va a ver lo que soy. Uno mismo es el mensaje.
¿Hay algo que te transforma en esa relación, en lo que ella te produce?
Si, creo que sí. La diferencia fundamental, la más sensible o que a mí se me hace más evidente entre la paternidad y el estado anterior, es que antes pensaba que, si bien no tenía ningún apuro en morirme, si me llegara a morir no era la gran cosa, no se perdía nada fundamental para el universo. Me podía morir tranquilamente. Pero una vez que tenés hijos eso cambia. Sí, puedo morir mañana, pero me pesa. No me puedo morir con la misma tranquilidad. Sentí esa diferencia. Pero tu pregunta apuntaba a otro lado.
¿Te traen nuevos cuestionamientos?
No. no creo.
Tu hija es muy buena.
Sí, mi hija es lo más. Pero pienso que hay maneras y maneras de entender la paternidad. Hay una famosa frase que, como la hemos visto muchas veces en ese mini poster de una puesta de sol en el mar y unas gaviotas, por ahí nos parece algo un poco cursi, pero por ahí no está tan mal. Es de este poeta árabe, Khalil Gibran, que dice: “tus hijos no son tus hijos, son los hijos de la vida”. En realidad, es un poco así. Nunca me cerró mucho esa interpretación de que son una continuación de los padres. Es una superstición que la ayudan muchos factores. Sin ir mas lejos, uno muy inmediato es el parecido físico. Ese es un gran alimento de la ilusión de que los hijos son una proyección de los padres. No es así. Esta tentación paterna de sentir que uno hizo algo, que uno creó algo. No los creás. Una cosa es crear y otra cosa es que te usen de trampolín para nacer. Creo que hay una gran confusión psicológica al respecto, de sentirse creador y propietario. Y, por otro lado, pensando en tu pregunta, me acuerdo de que mi hija fue bastante vaga con el tema de hablar. Hasta los dos años no habló nada, vagueó mucho. La relación con ella de bebé era hermosa, pero sin palabras. Y yo recuerdo perfectamente la necesidad de que empezara a hablar, porque tenía ganas de conversar con ella. No sé si tiene que ver con tu pregunta, pero me parece que sí.
El tema de la edad y de la muerte es algo que mencionás mucho. ¿En qué momento te cambió algo que te hizo sentir diferente?
Yo me acuerdo perfectamente como quiebre -ya que hablamos de puntos de quiebre, de inflexión y pensando en eso que se dice de las crisis de los 40 o 50- que la única crisis que recuerdo puntual fue cuando cumplí veintinueve años. Me dio como una cosa de uh, se terminan los veintipico, que era una época en la que todavía me sentía con cierta irresponsabilidad. Supongo que después vi que la irresponsabilidad se extendía (se ríe), pero en ese momento sentí que se terminaba. Y, con respecto a la idea de la muerte, creo que en algún momento se da un quiebre y para mí se dio alrededor de los treinta. A los veinte años la muerte es un concepto completamente abstracto y lejano. Sos inmortal, a todos los fines prácticos. Yo me acuerdo de que iba a jugar al futbol -nunca fui muy futbolero, pero en ese momento era divertido- los domingos a las ocho de la mañana. Íbamos a jugar a los lagos de Palermo, donde se armaban picados. Por ahí había salido el sábado a la noche, llegaba a mi casa a las siete de la mañana del domingo, me ponía unos pantalones cortos y volvía a salir. En invierno y verano, lloviera o no lloviera. Íbamos a jugar bajo la lluvia, en el barro. Eso es ser inmortal. La comparación que hago es ¿viste la montaña rusa? Te engancha el carro, vas subiendo, vas mirando y solo ves para arriba. Hasta que llegás a la cúspide, ahí como que se desengancha y el carro empieza a bajar por su propio peso. Recién ahí ves para abajo y decís uoo uoooo, pero hasta ese momento solo viste para arriba. Eso, en mi caso, se dio a los treinta. Antes me hablaban de la muerte y sí, la muerte, pero no sabes qué es, es algo…
..que le pasa a los otros.
Sí, exactamente. Es algo tan lejano que ni vale la pena detenerse a pensarlo. Pero a los treinta dije: "Ah, a partir de acá empiezo a bajar. OK, ahora entiendo".
¿Qué es lo copado después de los cuarenta, de los cincuenta?
Tal vez lo que se pierde en pasión se gana en pérdida de ansiedad. Quizás pasión y ansiedad sean la misma cosa, no se me había ocurrido, pero lo estoy pensando ahora (risas).
En una entrevista dijiste que alguien te había dicho que eras el hombre menos ansioso del mundo.
No, no. Eso lo dijo Esteban Podetti una vez y no dijo “ansioso”, dijo “paranoico”. Dijo que yo era el tipo menos paranoico del mundo. La ansiedad la experimento como todo el mundo. Si alguna ventaja tiene avanzar en la edad, es que la ansiedad disminuye.
La nota que confirma lo que digo, muejeje: https://www.pagina12.com.ar/81382-no-fallo-fay
Una preguntita más: ¿qué cosa te preguntás y no podés responderte todavía?
No sé (piensa). No sé si me formulo preguntas formalmente. Por ahí inconscientemente me pregunto cosas todo el tiempo.
¿Te hacés preguntas para entender tu mundo?
Sí, creo que trato. Me he ido contestando esas cosas a lo largo de la vida.
¿No queda ninguna?
Quedan un montón, pero van decantando. Uno se va armando un esquema de pensamiento. Mientras más avanza la vida, más armado tiene uno su discurso, es más difícil cambiarlo. Me acostumbré a contestarme las preguntas de una manera.
¿Te hacés preguntas en cuanto a los vínculos con lxs otrxs?
(Piensa). Sí. Yo creo que hay mucho de ilusión en la individualidad. Esta cosa que creemos ser cada uno. Sé que suena medio oriental eso de que el mundo es ilusorio. Ayuda mucho a la idea de la individualidad el hecho de que tengamos un cuerpo físico, que de la piel para afuera es el mundo y de la piel para adentro soy yo. Es engañoso, porque lo que yo llamo "yo" es el mundo también, el límite es mucho más borroso. El límite de la piel es bastante convencional. Creo que culturalmente esa cosa de separar entre yo y el mundo es muy fuerte y no podemos salir de ahí. Y está bien, está sostenido desde lo físico, pero en realidad somos un producto de un montón de cosas. Lo que llamamos "yo" es una consecuencia de un montón de cosas. Somos un pequeño engranajesito del mundo. Entender lo que soy yo, separándolo del mundo, es condenarse a no entender nada.
O sea que la grieta separa la misma cosa.
Ponele. Lo que te puedo decir -desde una mirada muy darwiniana, porque yo soy así, tengo ese tipo de pensamiento- es que entiendo la inteligencia humana como una herramienta. Subscribo a esa teoría de la selección natural, de que lo que funciona permanece y lo inútil o perjudicial va desapareciendo. Yo entiendo que la inteligencia es algo que se desarrolló en nosotros por esta cuestión evolutiva. Y quizás algo que resultó útil para una cosa, no es la mejor herramienta para otra cosa. En este sentido lo digo: nosotros queremos entender el mundo con nuestra inteligencia y por ahí nuestra inteligencia no se desarrolló con esa finalidad, no fue para entender sino para funcionar en el mundo. Entonces, nos metemos en un kilombo. Si yo quiero pintar una pared y agarro un tenedor, puedo llegar a pintar algo, pero no es una herramienta muy piola para pintar una pared. Por ahí la inteligencia humana no es una herramienta muy piola para entender el mundo.
Vos te referís a la inteligencia racional.
Sí, a nuestro cerebro, a nuestra mente.
¿Así que podemos entender por intuición?
(Duda).
¿Querés entender?
Todos queremos entender, esa es la trampa de la herramienta. Toda herramienta tiene su trampa, ¿entendés? Qué feo cuando te dicen “¿entendés?” Perdón, perdón (se ríe). Cada herramienta tiene un riesgo, un peligro. Con un cuchillo yo puedo pelar una naranja o puedo rebanarme un dedo y hacerme unos cortes muy feos. Y, si yo no manejo mi inteligencia con cierta habilidad, me puedo enroscar en unas boludeces increíbles y estar intentando entender cosas y no estar entendiendo nada. Puedo terminar sin pelar la naranja y cortándome todo, ¿entendés?
Entre risas, finalizamos la entrevista.